martes, 2 de octubre de 2012

El límite de las gotas



Me siento como una de esas gotas que caen ahora. 
Tan macroscópicamente idénticas, tan ontológicamente únicas. 


Pienso en mirar y ver. 
Dicen los libros que el ojo está filoontogénicamente dispuesto para mirar al infinito, que para nosotros, queda más o menos a seis metros. 
Al elegir mirar algo a una distancia menor al infinito nos embarcamos en un gasto extra de energía. Y tiene un límite; a una distancia de algunos centímetros del objeto, sin importar el esfuerzo, los límites del objeto se fusionarán con el universo y, aunque miremos, ya no podremos ver. 

Si uno se mantiene al margen del esfuerzo, podrá contemplar, relajado, la inmensa perfección del todo. Un todo tan indivisible, inmaculado e incuestionable que resulta in-animado. 
Si en cambio uno, cual torpe mascarón de proa, se topa incansablemente con el subiectium, tenderá a atribuir su difusión existencial a su opulencia cardinal. 

Pienso que, respectivamente, no es menos torpe ser demasiado esencialista que demasiado existencialista.

Pre-siento que existe un punto de equilibrio, ínfimo, difícil-mente reconocible, donde el todo cobra vida sin cancelar al sujeto y el sujeto sobre-vive sin ofrendarle sus límites al todo, y creo, es en enfocarnos en la relación vincular. 
Entre los sujetos, y entre ellos y el todo, el vínculo.

Recuerdo que en termodinámica, el equilibrio es muerte. 
Desdecir a la termodinámica, un sábado por la noche, es un desafío que puedo soportar.

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