Cuan inesquivable el
discernimiento, sobre la refractariedad a lo cuantitativo en la dieta del alma.
Alimentación cualitativa; pues tan solo un elemento concentra una mayor masa
subjetiva que todo el resto de lo concebido ante los vastos ojos del
firmamento.
Sobra inspiración,
melancolía, depresión, producción artística, admiradores, vacilaciones
suicidas, manías de triunfo universal, destrezas a fuerza de evasiones.
Falta calma, falta
hogar, falta querer cocinar, por solo poder cocinarle, falta dejar de esperar
siempre algo, falta hogar, falta identidad aunque sobren carteles con y a tu
nombre, faltan dos pequeñas y deformes empanadas que solo combinan con tus
pies, faltan todos sus fantasmas que, tan amigos de los tuyos, se van
usualmente a pasear por un parque, que no es el tuyo.
Una tarde gris cuando el sol llena
todo el resto de primavera, te enterás que esa nubecita cuidada, reside en el
misteriosamente inaccesible, melodramáticamente ponzoñoso, y viciosamente
arraigógeno receptáculo que en sus pupilas se forma en cada uno de esos
instantes en que, estímulo de amor mediante, se dilatan levemente, en compás
armónico y sinfónico con unos labios ya más carmesí y su piel que pide auxilio
definitivo.
El silencio me devuelve una película
tan clara sobre años de confusos algoritmos. Ya no puedo decir aquella palabra.
Ultradiano combate bélico de miserables poderes, de batallas conquistadas a
debilidades residuales. Ni gritadas, ni decoradas con miríficos
pluscuamperfectos, todas las palabras comulgan en la prolija pero hedionda
vidriera de un local siempre cerrado por duelo, que expende toda la claridad
cosmogónica en supremos gestos callados de miradas tácitas y manos
taximétricas.
Por lo que sea, No!
No es por lo
satisfactoriamente tangible de tu piel (sobre mi piel), que en rebeldías
oníricas se manifiestan.
Ni por el terror que
a mi sapiencia tempestea, desgarrando las velas ahora tumbadas de una entera
parsimonia.
Juro no entra en
juego el espiral, de misteriosa y ontogénica geometría, que narcotízame
inicialmente en tus ojos, condúceme luego, cinetósicamente, a los fulgores de
tu cintura y los colosales dominios de tus caderas para, finalmente,
desenmascararme, shockado, taquipsíquico y rendido, en las líneas panconclusas
de tu boca.
No. No es por eso, sino por despertar y, sin atisbo alguno de tu rastro,
dejarme ahogar por la angustiógena pleamar matinal… que se acartona este
desvelo.